El evangelio explicado (2.ª parte)
- El 01/12/2025
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La semilla de las semillas: La Cruz
Porque el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios.
1 Corintios 1:18 (NVI)
Leemos aquí que la predicación de la cruz, es decir, el anuncio y la explicación de lo que es la cruz, contiene un poder que sacude, que tiene la capacidad de transformar el corazón de quien recibe el mensaje.
Pero todavía es necesario que se nos explique qué es la cruz, su sentido profundo y sus efectos asombrosos en la vida práctica. Más aún, es necesario que la comprendamos, porque sin comprensión, permanece sin efecto en nuestra vida.
Hay un poder real, pero está oculto, muy bien oculto a la mirada distraída, porque solo es liberado por el Espíritu Santo en el corazón de quien escucha, comprende y lo acepta con mansedumbre.
Así que vamos a hablar de la cruz, y me aseguraré de que ustedes comprendan.
Al día siguiente Juan vio a Jesús que se acercaba a él y dijo: «Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».
Juan 1:29 (NVI)
Juan el Bautista, al ver a Jesús, anuncia lo que algunos años más tarde se convertiría en una realidad histórica. En la cruz, Jesús quitó el pecado del mundo.
Quitar no significa solamente perdonar. Es más que eso. En la cruz, el pecado ya no es contado por Dios. En la cruz, para Dios, ante Sus ojos, el pecado desaparece de la historia humana. Ha sido quitado.
El pecado y sus consecuencias devastadoras siguen presentes entre los hombres, pero ya no son imputados, ya no son cargados por Dios. Eso se llama el evangelio, y es lo que pocos comprenden o quieren aceptar plenamente. Esto se confirma en Hebreos 9, donde se expresa de otra manera:
…pero ahora, al final de los tiempos, se ha manifestado una sola vez para acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo.
Hebreos 9:26 (NVI)
En la cruz, el Hijo de Dios cargó con nuestros pecados y nuestras enfermedades, pero aquí leemos que hace aún más: al final de los tiempos, pone fin al pecado. ¡Poner fin es una expresión fuerte! Y confirma las palabras de Juan el Bautista, quien decía que el Cordero de Dios quita el pecado del mundo.
El sacrificio de Jesús quitó todos tus pecados, todos, A LOS OJOS DE DIOS, a los ojos del Padre. Hay y seguirá habiendo pecados que borrar. Todos somos culpables, pero esa ya no es la cuestión, porque Dios concede gracia a los culpables en la cruz. Ya no imputa, ya no carga los pecados denunciados por la ley de Moisés. Tus pecados y los míos han sido quitados por la muerte de Jesús.
¿Escuchas esta buena noticia? Porque es una verdadera buena noticia, con una cantidad incalculable de excelentes repercusiones para nuestra vida presente y para nuestra vida futura.
Desde hace ya 2000 años, la sentencia del Juez supremo y eterno ha sido pronunciada sobre ti, definitiva e irrevocable, y es esta:
«¡NO CULPABLE!»
Escucho protestas… ¡no es justo! ¡Es demasiado fácil! ¿Ah, sí? ¿Deseas entonces apelar a un fallo que te sea favorable? ¿Serías tú el juez?
Nuevo golpe del martillo del juez:
«¡NO CULPABLE!»
Y sí, el caso está cerrado, porque todos sabemos que la decisión de un juez pone fin a todas las preguntas y a todas las discusiones.
Por el evangelio, Dios decreta hoy que, en virtud del sacrificio de su Hijo, ayer, ustedes son declarados libres de toda condenación. Las faltas han sido borradas, quitadas por su Hijo. Esta salvación no viene de ustedes. Es la voluntad del Padre. ¡Eso es todo!
Es totalmente irreflexivo dudar de ello con el pretexto de que no lo sientes. En la vida cotidiana, si un amigo te dice que te perdona una ofensa que cometiste contra él, ¿buscas sentirlo para creerle? Dices “de acuerdo”, te sientes aliviado y la vida continúa, más fácil, en una relación restaurada. Haz lo mismo con Dios. Acepta Su perdón. Ya está adquirido y es gratuito para todos. En esto consiste que el evangelio sea una buena noticia.
¡Y no es todo! Al creer lo que acabas de oír, también acabas de recibir algo que tampoco se puede sentir: acabas de recibir la vida eterna. No lo digo yo.
Les he escrito estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna.
1 Juan 5:13 (NVI)
No dice: “para que sientan que tienen vida eterna”. Dice: “para que lo sepan”. El saber no es una sensación.
Tampoco dice que TENDRÁN vida eterna, sino que la TIENEN, ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios.
El nombre del Hijo de Dios, ese Nombre, es Jesús, Yeshúa, que significa: Dios salva, Dios sana. Ese Nombre es la mano justa y sonriente de Dios, extendida hacia la humanidad, ofreciéndole: la reconciliación, el olvido voluntario de todas las faltas y la sanidad del alma y del cuerpo. Todo esto gracias a y por medio de la cruz.
Con la vida eterna, acabas de entrar en la verdadera felicidad. Y esa felicidad, que hoy no es más que un pequeño hilo de agua, se convierte con los años en un gran río que llena toda la vida.
El árbol de la religión y su conocimiento simplista y limitado del bien y del mal no pone al ser humano en condición de acercarse a Dios, quien es la fuente de la verdadera felicidad indescriptible e indefinible. La naturaleza humana lo mantiene lejos de la felicidad, porque existe un vínculo estrecho entre pecar y ser infeliz. Este principio, esta ley invisible, se expresa aquí:
Habrá sufrimiento y angustia para todo ser humano que hace lo malo.
Romanos 2:9 (NVI)
El sufrimiento y la angustia vienen sobre todo el que hace lo malo. Es un principio tan regular y constante como una ley científica o física. Es una ley espiritual invisible a la que nadie escapa, ¡como el aire que respiramos!
Puedes ignorar intelectualmente los mecanismos de la ley de la gravedad y, sin embargo, la experimentas todos los días.
¿Por qué nos sentimos infelices, angustiados, o no plenamente felices, insatisfechos, como si siempre faltara algo? Este texto ofrece una explicación. La felicidad y hacer el mal son incompatibles. Hacer el mal genera sufrimiento y angustia. Todos hacemos el mal en mayor o menor medida y, como nadie puede sustraerse naturalmente a esta ley, la felicidad ha sido siempre una búsqueda incesante.
Sin embargo, si reflexionamos unos instantes, ¿es este principio realmente justo?
¿Acaso tenemos verdaderamente elección? ¿Tienes la capacidad constante de no fallar jamás? ¿Te atreverías a creerlo o a afirmarlo seriamente?
Suponiendo que pudieran oírte, ¿sería justo reprocharle a un cerezo que produzca cerezas o a un manzano que produzca manzanas, cuando es su naturaleza hacerlo y no saben hacer otra cosa?
Siguiendo la misma lógica (porque la lógica no es un defecto occidental, intelectual o contrario a la fe), ¿podría Dios, sin ser injusto, reprochar a los hombres que cometan pecados cuando eso forma parte de su naturaleza misma y no pueden evitarlo? Detente un momento en esto. Reflexiona fuera de toda convención o prejuicio religioso.
¿Honestamente?
Sí, hay una injusticia, y Dios envió a su Hijo para reparar esa injusticia.
Pero yo les digo la verdad: les conviene que me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio. En cuanto al pecado, porque no creen en mí.
Juan 16:7-9 (NVI)
Por esta razón, el único pecado del cual el Espíritu Santo nos convencerá hoy es no aceptar al Salvador que Dios nos ha enviado, como se lanza un salvavidas a alguien que se está ahogando y no tiene ninguna posibilidad de salvarse. Cuando se nos lanza un salvavidas y está a nuestro alcance, ahogarse deja de ser una fatalidad. Uno se vuelve libre de ahogarse o no. Siguiendo la imagen y sin faltar al respeto, nuestro salvavidas, nuestra salvación, se llama Jesucristo.
El pecado para ti y para mí ya no es desobedecer los diez mandamientos, contrariamente a lo que insiste la religión, la del árbol del conocimiento del bien y del mal; el pecado es no agarrar el salvavidas que nos fue enviado. Estás invitado(a) a comer gratuitamente del árbol de la vida, porque vuelve a estar disponible. El pecado es no comer de ese árbol de la vida, que se llama Jesús.
En Jesús, en la cruz, todos los pecados pasados, presentes y futuros han sido abolidos; han desaparecido ante los ojos del único Juez, que ahora solo ve a su Hijo amado.
Si escuchas a la religión, la oirás esforzarse por convencerte de que eres un vil pecador y que tus pecados te conducen directamente a las llamas.
Si escuchas al Espíritu Santo enviado por Jesús, oirás algo diferente. Él convence al mundo de que el único pecado hoy es no creer quién es Jesús para nosotros: el Salvador enviado por el Padre. Lo has leído bien: “convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, porque no creen en mí”.
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Juan 3:16 (NVI)
En la cruz, Jesús cargó con todas nuestras faltas y todas nuestras enfermedades. Fue herido en nuestro lugar por el Dios de justicia. En esa cruz se establece una unión imposible en la tierra: la del amor y la justicia.
En la tierra de los hombres, si se aplica la justicia, se castiga al culpable. No hay lugar para el amor.
Si se aplica el amor, se deja al culpable sin castigo. Y entonces no hay justicia. Ambos son inconciliables.
En Jesucristo, el amor y la justicia se fusionan. Jesús, por amor, carga con los pecados del mundo —los nuestros incluidos— y se convierte, a los ojos del Juez único, en el único culpable. Es castigado como corresponde. Se hace justicia. Y el amor del Padre y de su Hijo único está en el origen de esta justicia.
Es importante comprender que no hay doble castigo en Dios, a diferencia de lo que puede ocurrir entre los hombres. Si tu culpa ha sido purgada y pagada, lo fue por Jesucristo. No serás castigado una segunda vez, porque el veredicto ya ha sido pronunciado, pero no sobre ti. Dios dio a su Hijo único. Ese es tu salvavidas, tu salvación.
Pero hay aún más:
Él anuló el acta que nos era adversa, con sus mandamientos y requisitos, y la canceló clavándola en la cruz.
Colosenses 2:14 (NVI)
Este texto no deja lugar a dudas. Había un libro en el que estaban registradas todas tus faltas y todas las mías, un acta que establecía de manera incontestable nuestra culpabilidad. Ese acta de condenación fue destruida, nos anuncia el evangelio; fue clavada en la cruz por Jesucristo. ¡En el instante en que crees esta noticia increíble, ya has entrado en su realidad!
Imagina a un culpable esperando su sentencia. ¿Pero qué ocurre? ¿Cuál es la fuente de esta repentina agitación? Se oye el ruido de unas llaves. La puerta se abre. Te anuncian que eres libre. ¿Cómo que libre?
¡No se encuentran las pruebas! Alguien las hizo desaparecer. Ningún cargo puede ya sostenerse contra ti.
Eso es exactamente lo que ocurrió. Las pruebas, el acta que nos condenaba, fueron destruidas. El registro desapareció. Ya no se ve más que una cruz. Eso es lo que este texto dice en lenguaje moderno.
Eres libre, absuelto. Puedes salir. Nada podrá probarse ya contra ti.
Repetimos: no esperes sentir algo al escuchar estas cosas. No se trata de emociones, sino de una verdad bíblica objetiva que basta con conocer. Es así. Jesucristo anuló el acta que nos condenaba y la destruyó clavándola en la cruz. Si has comprendido esto, estás creyendo en el Hijo.
El que cree en el Hijo tiene vida eterna.
Juan 3:36 (NVI)
Dios no condenará a nadie que se presente ante Él llevando en su pecho esta inscripción: “muy culpable, pero salvado por Tu Hijo en el Gólgota”. Ese es el sentido de “para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. La salvación es el regalo de Dios por medio de Jesucristo. No hay nada que añadir. Solo recibir.
El árbol de la vida nos comunica gratuitamente la vida eterna. A ti que acabas de comprender lo que significa el sacrificio de Jesús, te lo digo con la Biblia: tienes vida eterna, la tienes ahora, la sientas o no. Simplemente porque Dios lo dijo y tú lo aceptaste.
Les he escrito estas cosas para que sepan que tienen vida eterna, ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios.
1 Juan 5:13 (NVI)
No sabías que el sacrificio de Cristo significaba todo esto. Pues sí. Ahora lo sabes, porque estas cosas han sido escritas para que lo sepas. ¿Lo has creído? Tienes vida eterna.
El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él.
Juan 3:36 (NVI)
No te inquietes por quienes aún no creen en el Hijo. Tu preocupación es loable, pero no somos los salvadores del mundo. Dios se ocupa de cada uno, y nadie sabe lo que Él hace en la vida de los demás. Nadie conoce su vida secreta. Nadie conoce los llamados que han recibido o recibirán un día de parte de Dios.
Jesús dijo que atraerá a todos hacia Él. Lo hace, entre otras cosas, por medio del testimonio de aquellos en quienes Él habita, por la predicación y por muchos otros medios. Pero Él es el Salvador. Él sabe cómo encontrarse con cada uno y deja a cada uno libre de aceptar o rechazar. Y nadie conoce tampoco la decisión de cada cual. Por ahora, es a ti a quien Él atrae, iluminando tu entendimiento. Y esta buena noticia es para ti, hoy, tú que la escuchas y la comprendes.
Hay todavía algo que debes saber: has sido reconciliado con Dios. Reconcíliate con Él.
Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida!
Romanos 5:10 (NVI)
Has sido reconciliado con Dios por la muerte de su Hijo, y eso tampoco te lo habían explicado aún. Vuelve a leer este versículo. ¿Has notado los tiempos verbales? Todos están en pasado. No dice “serán reconciliados”, sino “fueron reconciliados”. Lo has sido desde hace 2000 años. Lo eres hoy, mañana y siempre, y entra en efecto en el instante mismo en que lo crees.
Al creer que Jesucristo llevó en la cruz todo lo que te separaba de Dios, que Su muerte —y no alguna acción tuya— te reconcilió incondicionalmente con Dios, acabas de cumplir los criterios de Dios según el evangelio.
Estás recibiendo en este instante, en tu espíritu y en tu alma, la plena seguridad del perdón de todas tus faltas pasadas, presentes y futuras, y por tanto, una reconciliación total y completa con tu Creador.
Se te anuncia: Cristo murió, eres perdonado de todo por su muerte, por su sangre derramada. ¡Pero no lo sabías! Ahora lo sabes, y si no te opones a esta increíble buena noticia, si la recibes con mansedumbre, has entrado en la vida eterna sin ruido ni fanfarria. Has creído. Eso es todo. Es simple. Esa es la fuerza de la predicación de la cruz.
Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.
Romanos 10:10 (NVI)
Haz una pausa ahora y dile al Señor Jesús, con tus propias palabras, que le agradeces por lo que hizo y que aceptas —quizás con asombro— pero plenamente y de todo corazón, este magnífico regalo que te ha hecho, y que solo esperaba dos acontecimientos:
• que conocieras la noticia, que se te explicara y que comprendieras todo su alcance
• que superaras tu asombro y quizás tu sentimiento de indignidad para aceptar en tu alma este regalo maravilloso que Dios ha hecho a todos los hombres, mujeres y niños de todos los tiempos. La fe es simplemente creer lo que Dios dice.
Confesar con la boca significa declarar abiertamente tu fe, decirlo con tu boca. La boca no es el pensamiento. Con tu boca, di estas palabras si ahora tienen sentido para ti:
Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios.
Efesios 2:8 (NVI)
Incluso puedes, sin cometer sacrilegio, adaptarlo para hacerlo tuyo:
Porque por gracia soy salvo, mediante la fe. Y esto no procede de mí, sino que es el regalo de Dios.
Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó.
Romanos 3:23-24 (NVI)
Porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.
Romanos 10:13 (NVI)
Invocar el nombre de Jesús (Dios salva, Dios sana) es simplemente hablarle con la confianza de que tus palabras no se dirigen a una pared o al techo, sino a Aquel que es omnipresente (en todas partes a la vez), omnipotente (todopoderoso) y omnisciente (que lo sabe todo, incluso tus pensamientos más secretos), y que ha esperado desde hace tanto tiempo este instante, este momento en el que finalmente comprendes Su amor por ti y le entregas tu vida. Entrégale ahora verbalmente la dirección de tu vida. La confesión de la boca es importante.
Bien, ¿ya le has dado gracias? ¿Sí? Entonces podemos continuar, porque ¡esto es solo la mitad de la buena noticia! !!!!!!!!
2ª semilla: la Resurrección
¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones, a quienes se les cubren los pecados! Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su pecado.
Romanos 4:7-8 (NVI)
Es extraordinario saber que hemos sido perdonados de todas las faltas pasadas; es un inmenso alivio y una inmensa felicidad, y lo somos gracias a la muerte de Jesús en la cruz. Dios ya no nos imputa, es decir, ya no nos carga nuestros pecados. ¡Es como si nunca hubiéramos pecado!
Pero ya oigo a algunos(as) hacerse una pregunta totalmente legítima: “Si entiendo bien, según la doctrina del evangelio, puesto que de todos modos estoy perdonado, puedo desahogarme con mi vecino que me molesta, insultar a mi vecina que me ofendió, mentir, robar, hacer todo el mal. Luego bastará con pedir perdón, ya que mis pecados de todas formas ya han sido borrados. ¿Es así?”
Me sentiría tentado a responderte: ¡sí! Has entendido el evangelio, pero todavía solo tienes la primera parte de la historia y, por lo tanto, no estás haciendo la pregunta correcta.
Si todo el mundo fuera inocente, ¿haría falta la gracia de Dios? La gracia es para los culpables. Un justo no necesita gracia. Sí, Dios concede gracia a culpables, esclavos de su naturaleza rebelde. Así que hay que ser culpable para ser elegible para la Gracia. Dios concede gracia a culpables, y la buena noticia del evangelio convierte a todos —o casi— en culpables indultados.
La verdadera pregunta, la buena pregunta es: “¿Te has convertido en hijo(a) de Dios? ¿Has nacido de nuevo? ¿Eres una nueva creación?”. Y vas a entender por qué es la buena pregunta, y pronto podrás responderla, porque el principio que sigue no puede, bajo ningún pretexto, ser anulado:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús.
Romanos 8:1 (NVI)
¿Ninguna condenación para los culpables? Es totalmente normal reaccionar porque, a primera vista, no parece aceptable, ¡claro! A menos que lo pongamos en el contexto completo del evangelio. Se necesitan dos caras para que una moneda esté completa.
No hay condenación para los que están en Jesucristo, porque al recibir el perdón de los pecados, ellos y ellas nacieron de Dios. Recibieron una vida nueva, la vida de Cristo. Entraron sobrenaturalmente en una novedad de vida.
Y esto también requiere una explicación completa. El plan de Dios para la humanidad es más grande y mucho más perfecto de lo que pensamos. Escucha más bien esta afirmación sorprendente:
Todo el que ha nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; no puede pecar porque ha nacido de Dios.
1 Juan 3:9 (NVI)
Las dos expresiones clave aquí son “nacido de Dios” y “no practica”. Se habla de alguien que ha nacido de Dios y en quien la simiente de Dios permanece. No cambiamos de registro. No estamos en la religión, sino en una obra sobrenatural que ninguna religión puede producir. Se dice que quien ha nacido de nuevo, quien ha nacido de Dios, no practica el pecado. “No practica”… Para explicar esto, empecemos leyendo:
En otro tiempo también nosotros vivíamos entre ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios.
Efesios 2:3 (NVI)
Antes de nacer de nuevo, uno camina en las ofensas y en los pecados; uno practica el pecado. Los pecados no son accidentes, sino una práctica normal repetida, un estilo de vida, el sistema de pensamiento y de vida natural de un hijo o una hija de Adán, que somos todos y todas.
Retomando la imagen mencionada más arriba: el cerezo silvestre produce sus guindas, ¿y por qué habría de sentirse incómodo si es su naturaleza? Vivíamos según los deseos, éramos por naturaleza —fíjate en la palabra “naturaleza”— objeto de la ira, como los demás. Era nuestra naturaleza, nuestra práctica, y no presentaba ningún problema, salvo la ley interior o religiosa que sacudía de vez en cuando la conciencia.
¡Pero aquí está lo que lo cambia todo!
Quien ha comprendido y recibido el perdón de sus pecados en la cruz, recibe en ese mismo instante, en su espíritu, la simiente de una vida nueva, de una nueva naturaleza: la naturaleza de Cristo, la naturaleza de Aquel que obedeció perfectamente a Dios en su humanidad, en el cuerpo de un hombre. Y esto tampoco es una sensación.
Antes ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y de la incircuncisión de su naturaleza pecaminosa, pero Dios les dio vida con Cristo al perdonarnos todos los pecados.
Colosenses 2:13 (NVI)
En el momento en que tomamos conciencia de que nos concede gracia por todas nuestras ofensas, Dios nos da vida con Jesucristo, comunicándonos la simiente de vida de Jesucristo.
Cristo, a partir de ahora, nos comunicará y hará crecer desde dentro ese mismo deseo y esa misma capacidad de obediencia, porque ha hecho nacer un corazón nuevo, un espíritu nuevo, que Él recreó en quienes lo reciben. Eso es lo que significa nacer de Dios.
Y eso explica los deseos, las atracciones, las ambiciones, los gustos nuevos que surgen y comienzan a manifestarse de manera igualmente natural en cualquiera que ha recibido a Cristo.
No nos esforzamos por ser diferentes. Nos hemos vuelto diferentes. La naturaleza de Cristo corre ahora en nosotros, manifiesta Su vida, Sus deseos, Su capacidad. Y nuestra práctica cambia, y se va despojando progresivamente de todos los viejos reflejos y hábitos de la vida anterior.
Se comprende mejor el alcance inmenso de la profecía de Ezequiel, 600 años antes del nacimiento de Cristo, y cómo se cumple en quienes reciben a Cristo en su corazón. Escucha esta profecía por la cual Dios anunciaba lo que haría por Jesucristo en el corazón de los hombres:
Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los limpiaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis decretos y obedezcan mis leyes.
Ezequiel 36:25-27 (NVI)
El hijo de Dios primero es purificado y luego recibe una nueva naturaleza, un corazón nuevo, un espíritu nuevo, opuestos a la naturaleza que tenía antes: una naturaleza que no ama hacer el mal y que tiene la capacidad sobrenatural de vencerlo.
En otras palabras, el mal que pudiera cometer quien se ha convertido en hijo(a) de Dios (y ocurrirá) es un tropiezo, debido a la debilidad o a la falta de vigilancia, pero ya no es —ni será jamás— una práctica, ni una manera de vivir, ni un modo normal de pensar. Ya no es su naturaleza. Ha sido modificada sobrenaturalmente.
Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Y todo esto proviene de Dios.
2 Corintios 5:17-18 (NVI)
En el instante en que recibimos por la fe el perdón de los pecados, en ese mismo instante, en un abrir y cerrar de ojos, recibimos una nueva naturaleza: una naturaleza que aborrece la práctica de lo que es malo a los ojos de Dios. Cualquiera que haya nacido de nuevo puede darte testimonio de cómo sus deseos cambiaron.
Y si por debilidad el hijo de Dios cae, encuentra en Jesucristo un abogado eterno, muy eficaz, cuyas marcas de clavos en sus manos garantizan un perdón inmediato e incondicional, puesto que los pecados ya han sido quitados.
Les escribo esto, queridos hijos, para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor: a Jesucristo, el Justo.
1 Juan 2:1 (NVI)
Por eso no hay condenación para los hijos de Dios, por esos pecados que son lamentables tropiezos, para ti que has recibido la nueva naturaleza de Cristo. Porque una nueva naturaleza está obrando en ti, mucho más eficazmente que tus intentos de cumplir los mandamientos.
Es la garantía de que ya no eres el mismo, ni la misma, y de que es Dios mismo quien, ahora, ha tomado las riendas. Esta vida nueva, que quizá hoy no sea más que una semilla muy débil, apenas perceptible, se convertirá, con Su ayuda, en un árbol inmenso que dará el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
Y si el hijo de Dios, nacido de nuevo, se aparta del amor y de la santidad —y sucede— ya no es como antes. No lo deja indiferente, por causa de la naturaleza de Cristo que hay en él. Siente lo que se siente cuando, después de ponerse ropa nueva, uno se mancha. Solo tiene un deseo: limpiarse cuanto antes. Ya no soporta ninguna mancha. Entonces se encomienda al Abogado, recuerda la acción purificadora y eterna del sacrificio de Cristo que abolió el pecado, la acción eterna de la sangre de Jesús que, a los ojos del Padre, nos limpia de todo pecado, y ya no puede permanecer en condenación.
Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.
1 Juan 1:7 (NVI)
Un simple reconocimiento de nuestra falta, una mirada dirigida a Aquel que murió por nosotros, basta.
Lo que vale no es estar o no circuncidado, sino ser una nueva creación.
Gálatas 6:15 (NVI)
Pablo dirigía esta palabra a los judíos de la época que habían aceptado a Cristo, porque los hubo. Les decía, en esencia: ahora que Jesús ha venido, no es la observancia de la ley (la circuncisión era una exigencia de su ley) ni de los mandamientos, ni el hecho de pertenecer a una religión lo que cuenta; porque de todos modos ustedes jamás lograrán ser perfectos como Dios lo exige mientras su naturaleza no haya sido cambiada.
Lo importante es ser una nueva creación. Esa era la buena pregunta de hace un momento. Porque es la garantía de que Dios mismo está obrando en tu vida. Y eso es lo que hará la diferencia, porque Dios NUNCA falla. Ya no eres tú quien intenta salvarse.
Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos.
Hebreos 7:25 (NVI)
Dios mismo, desde dentro, te salva y te salvará perfectamente. Lo que vale es ser una nueva creación. ¿No es hermosa esta noticia?!!!
Volvamos a este versículo del que hablábamos en la primera parte de este artículo:
Así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos.
Romanos 5:19 (NVI)
¿Comprendes ahora esta bomba en Romanos 5:19? Te voy a ayudar con dos preguntas.
1/ ¿Qué hay que hacer para convertirse en pecador? Por favor, no respondas: “me convierto en pecador cuando desobedezco un mandamiento”. ¡No! Ahora lo has entendido. Heredaste una naturaleza de pecador de tus padres. Por lo tanto, lo eres por naturaleza, incluso antes de haber cometido un solo pecado. Se nace pecador; por eso se peca.
Es el pecado el que vive en mí, dice la Biblia:
Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que vive en mí.
Romanos 7:20 (NVI)
Así que la respuesta a la pregunta “¿qué hay que hacer para convertirse en pecador?” es: NADA. Pecador soy desde el nacimiento, incluso antes de haber cometido alguna mala acción. Porque pecador lo eres como consecuencia de la desobediencia de otro, de uno solo: Adán. Por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron constituidos pecadores.
2/ ¿Qué hay que hacer entonces para convertirse en justo?
La respuesta es la misma: NADA. Justo uno llega a serlo desde el nuevo nacimiento, antes de haber realizado alguna buena obra. Se hereda la naturaleza justa de Cristo tan naturalmente como se heredó la naturaleza de Adán en el primer nacimiento. Por la obediencia de uno solo (Jesucristo), muchos (los que creen) son constituidos justos, de la misma manera que por la desobediencia de uno solo (Adán) todos fueron constituidos pecadores.
Todavía no se ve al pecador en el alegre bebito inocente y tierno. Puede que tampoco se vea aún al justo en la persona en quien la simiente de Dios acaba de cobrar vida, o en quien no ha cuidado esa simiente para que se convierta en un gran árbol visible para todos.
Pero una cosa es segura: al cuidarla, al colaborar con el Espíritu Santo, esa vida justa se manifiesta cada vez más y hace desaparecer progresivamente la vida anterior y sus malos hábitos.
Podríamos sintetizar así: uno no se vuelve pecador cometiendo pecados. Uno no se vuelve justo haciendo buenas obras. Uno es pecador porque heredó la naturaleza de Adán por medio de sus padres. Uno es justo en el momento en que recibe la naturaleza de Jesucristo, en el nuevo nacimiento. Primero se recibe la naturaleza y luego vienen los frutos.
Ese es el mensaje completo del evangelio: ¡perdonados y regenerados!
La semilla crecerá si crees y sigues creyendo, a pesar de tu asombro. ¡Y de una manera tan extraordinaria!
Así es el reino de Dios. Es como un hombre que echa semilla en la tierra. Sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece, ya sea que duerma o que esté despierto, de noche o de día.
Marcos 4:26-27 (NVI)
Tu fe, por sí sola, permite al Espíritu Santo liberar todos los efectos maravillosos de esta vida en tu existencia cotidiana. Alimenta tu fe escuchando a menudo el Evangelio, el que acabo de anunciarte. Mantén simplemente los ojos fijos en estas verdades de lo que Jesús es, y confía en el Espíritu Santo para crear en ti la fe suficiente y concederte generosamente todos los beneficios en Jesucristo.
¿Quieres reinar en la vida sobre tu vieja naturaleza y sobre las circunstancias (y no sobre tu prójimo, porque eso no está previsto en el contrato)? Entonces, recibe, recibe, recibe, recibe… recibe una y otra vez…
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, con mayor razón reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo, los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia.
Romanos 5:17 (NVI)
Una última cosa
Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva.
Romanos 6:4 (NVI)
Fuimos sepultados con él por el bautismo en su muerte. Este texto habla implícitamente del bautismo en agua. Quizá el siguiente texto te hable más:
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?
Romanos 6:3 (NVI)
O este:
Todos ustedes que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo.
Gálatas 3:27 (NVI)
Son numerosos los textos que subrayan la gran importancia del bautismo.
Si no has sido bautizado(a), busca una iglesia, una asamblea (ekklesía = asamblea = iglesia) que predique el nuevo nacimiento, el bautismo en agua, la obra del Espíritu Santo, la muerte y la resurrección de Jesucristo; y sobre todo, una iglesia cuyos dirigentes sean sencillos y desinteresados, y bautízate.
El bautismo forma parte de tu declaración de fe. Cuando hemos comprendido y creído lo que significa para nosotros la muerte de Jesucristo en la cruz, nuestra mente se adhiere, sí, pero nuestro cuerpo —que también forma parte de nosotros— sigue quedando fuera de todo eso.
Nuestra alma, sede de la inteligencia, comprende, acepta y cree la buena noticia del evangelio. Está bien. Nuestro espíritu resucita y acoge al Espíritu Santo, que hace de él su morada. Está muy bien. ¿Y nuestro cuerpo? ¿Cómo lo incluimos en este proceso total de regeneración? Por el bautismo en agua.
Al oír esto, se afligieron profundamente y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: —Hermanos, ¿qué debemos hacer? —Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo.
Hechos 2:37-38 (NVI)
Jesús se acercó entonces y les dijo: —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.
Mateo 28:18-20 (NVI)
Jesús mismo le decía a Juan el Bautista que el bautismo era lo correcto que había que cumplir.
Entonces Jesús llegó de Galilea al Jordán para que Juan lo bautizara. Pero Juan trató de disuadirlo. —Yo soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? —Deja eso ahora —contestó Jesús—, pues nos conviene cumplir con lo que es justo. Entonces Juan consintió.
Mateo 3:13-15 (NVI)
Jesús dio el ejemplo. El bautismo es un acto importante, porque Dios salva al ser completo: espíritu, alma y cuerpo.
El bautismo, el sepultar nuestro cuerpo en el agua, es nuestra manera de decirle a Dios y delante de los hombres que aceptamos plenamente la condenación de nuestra antigua naturaleza. Es un acto de arrepentimiento y fe expresado por una acción concreta. Simbólicamente sometemos nuestro cuerpo a la muerte. Si no saliéramos del agua, estaríamos muertos de verdad. Nos identificamos, pues, mediante el bautismo, con la muerte de Jesús y con su resurrección cuando salimos del agua.
No es solamente un acto simbólico sino, a la luz de los textos leídos, un acto importante e inseparable de nuestra fe interior. El verdadero bautismo es un acto que realizamos para concretar nuestra fe en la muerte y en la resurrección de Jesús, que ahora lo hemos comprendido, son también nuestra muerte en Adán y nuestra resurrección en Cristo.
El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado.
Marcos 16:16 (NVI)
Recordemos: arrepentirse es simplemente, después de haber reconocido la corrupción del ser natural y nuestra incapacidad de librarnos de ella por nosotros mismos, aceptar ser librados por la acción sobrenatural de Dios. Es dar un giro total, decidir darle la espalda a las fuentes de inspiración de nuestra vida anterior para abrazar la nueva vida de libertad que se nos ofrece. Esa es la verdadera arrepentimiento. Se hace con el corazón y se acompaña el gesto con la palabra. El bautismo lo significa y lo concreta de manera visible. Dejamos nuestra vida pasada en el fondo del baptisterio, o de la piscina, o en el fondo del río o del torrente.
Puedo predecirte sin equivocarme que, en los próximos días, incluso en las próximas horas, todo se pondrá en marcha —como por casualidad— para que olvides estas verdades sencillas que acabo de explicar, o para que las dejes de lado, ocupado(a) por un aumento repentino de tus actividades, por la aparición súbita de obligaciones que disipen en tu mente la claridad de todas estas maravillosas verdades que tienen el poder de transformar tu vida.
Dichoso el que no sigue el consejo de los malvados ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río, que cuando llega su tiempo da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!
Salmo 1:1-3 (NVI)
No es grave. Vuelve a escuchar regularmente este evangelio. Riega con constancia y fortalece tu comprensión, y verás la simiente de Dios en tu corazón crecer día tras día. Aliméntate cada día de este evangelio, meditándolo, afirmándolo en tu sistema de pensamiento. Lo verás fortalecerse de día en día. “Sean transformados mediante la renovación de su mente”, dice la Biblia.
La obra de Dios, SU obra en ti (no la tuya), es que creas en todo lo que Aquel que Él envió hará en ti y por medio de ti: Jesucristo, su Hijo único. Él es el sol al que solo debes exponerte tan a menudo como puedas, para revestirte de los hermosos colores de la vida verdadera.
Entra plena y totalmente en esta nueva vida que se te ofrece.
Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
1 Timoteo 1:15 (NVI)
evangelio de JesuCristo evangelio gracia
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